—Esta mañana me preguntó si escuchaba voces. Y le dije que no. Realmente…realmente sí. Si Escucho voces, doctor. Escucho las voces de mi tristeza, de mis gritos en silencio, de gritos hechos mudos en el universo abierto… Donde no hay materia, donde no llegan, donde me ves, pero no me escuchas...
El médico lo mira con atención, la expresión en su rostro se mantiene imperturbable, pero sus ojos reflejan una mezcla de compasión y preocupación. Es la enésima vez que escucha algo similar, pero cada relato tiene un matiz único, una oscuridad particular que lo empuja a seguir indagando.
—¿Podrías describir esas voces? —pregunta, inclinándose un poco hacia adelante.
El paciente se remueve en su asiento, incómodo, como si las palabras que debe pronunciar cargaran un peso insoportable.
—No son voces como las de otras personas —continúa, la voz temblorosa—. Son más como… ecos de algo que ya se rompió hace mucho. A veces, ni siquiera sé si son mías o si vienen de algún lugar más profundo, un lugar que no puedo alcanzar, pero que siempre está ahí, susurrándome, recordándome que no estoy solo en mi soledad.
El silencio llena la habitación, denso y pesado. El médico mantiene su postura profesional, pero algo en el aire ha cambiado. Las palabras del paciente flotan entre ellos, creando un abismo invisible, un espacio donde las emociones más oscuras encuentran refugio.
—¿Y qué te dicen esas voces? —pregunta el médico, consciente de que cada palabra es un paso hacia lo desconocido.
El paciente baja la mirada, sus manos tiemblan ligeramente. Toma aire antes de responder.
—Me dicen que no importa cuánto lo intente, nunca podré escapar de esto. Que todo esfuerzo es inútil, que… estoy atrapado en un ciclo sin fin. Me dicen que no hay salida, que lo que siento es lo único real. Y que el silencio, ese maldito silencio, es el único lugar donde puedo encontrar algo parecido a la paz.
El médico toma nota en su libreta, pero su mente está en otro lugar. Sabe que las palabras del paciente son un grito de auxilio, un clamor que necesita ser atendido con urgencia. El desafío es encontrar la manera de tenderle una mano, de sacarlo del abismo en el que se encuentra sin empujarlo más adentro.
—Quiero que sepas que estoy aquí para ayudarte —dice finalmente, con una voz calmada pero firme—. Juntos, podemos encontrar una manera de silenciar esas voces, o al menos, de hacer que sus susurros sean más llevaderos. Pero para eso, necesito que confíes en mí y que sigamos trabajando juntos. ¿Te parece bien?
El paciente asiente lentamente, como si la idea de confiar en alguien más fuera algo nuevo y extraño. Pero en el fondo de sus ojos, brilla una chispa de esperanza, pequeña y frágil, pero ahí está.
—Está bien, doctor —responde con un suspiro—. Confío en usted.
Y con esas palabras, se abre una puerta, una posibilidad, un nuevo comienzo.
August 8th,2024